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Las cinco.
Nada duele ahora.
Los peces voladores
han ganado las apuestas.
Sobre la silueta del chopo
dejan besos de azucena.
A cada hora, un beso de azucena.
A las nueve, más besos de azucena.
Y se queda el aire
prendido de azul y de azucena
para siempre.
A las cinco
todo es mar y cielo aquí.
Nada dolerá más tarde.
Nos bendice
el paso de los peces voladores.
Lo confirmo:
a las cinco existen, en mi cielo,
los milagros
(y otras cosas)